José Eustasio Rivera
“Hoy, después de su largo oscurecimiento relativo, está colgado en el cielo de la literatura, para que lo vea todo el mundo; es parte de la luz bajo la que caminamos”.
Henry James. Los papeles de Aspern.
“¿Por qué nos sorprende, todavía, que alguien lea, y escriba; influya, y sea influido?”
Juan Gustavo Cobo Borda. La Tradición de la pobreza.
El
Contexto
Vida
y Obra
Archivo
UCaldas
El Contexto
Este año en Colombia, se celebran cien de la escritura de La Vorágine. Cobo Borda (1980) en su escrito, se pregunta por la vigencia de Silva en las letras nacionales. Así, podemos preguntarnos también nosotros: “¿Qué hacemos con Rivera?”. Luego de más de cien años de su nacimiento, sigue siendo una figura enigmática, indiscutible e indisociable de la historia de la literatura nacional e hispanoamericana. Parte del misterio de su imagen viene dado por la actualidad de su obra, que sigue alimentando comentarios de críticos y lectores, de investigadores y gente del común, confluyendo todos por igual en las páginas de su obra, hoy considerada clásica.
Parece como si el eco de la fama que en su momento acompañó al escritor, celebrado como parte de los “Centenaristas” en 1918 por Nieto Caballero, volviera con mayor fuerza en la actualidad. Recordemos que esta generación -que se reunía pocos años después del centenario de la independencia de Colombia, en 1910- era vista por Nieto como el promisorio futuro de Colombia (Pinzón, French, 2024). Habían pasado casi 90 años desde que en Angostura -actual Venezuela- fue expedida la “Ley Fundamental” que constituyó la República de Colombia y todavía se esperaba la conformación del país que idearon en un principio quienes lucharon por su independencia.
Sin embargo, la generación de Rivera, aunque prometedora, se enfrentaba a circunstancias que en lo nacional venían desde el pasado y que en lo internacional estaban sujetas a una transformación económica y social como nunca antes se había visto y que, los jóvenes países apenas se encontraban en condiciones de afrontar. En primer lugar, Colombia, era un desastre en términos democráticos según Rafael Nuñez, ya que la inestabilidad del sistema federal fomentaba lo que dió en llamar la “anarquía constitucional”: elecciones con fraudes, inconvenientes a la hora de gobernar, presencia de “gamonales”, etc. (Deas, 1983). Los partidos políticos tradicionales no tienen buenas relaciones entre sí, y si bien hay sectores que no quieren verse inmiscuidos en los problemas políticos de entonces (Deas, 1983), es imposible no dejarse llevar por el torbellino que acompaña las acciones de los hombres cuando viven en sociedad.
Es así como, llegando Rafael Nuñez a la presidencia, empieza el periodo conocido como “La Regeneración”: un ambicioso plan político de un candidato “independiente”, que buscaba una mayor organización gubernamental en un país que tenía serios problemas en lo que se refería a su manejo. Nuñez persigue el orden sobre todas las cosas, y para alcanzarlo propone centralizar el poder político y administrativo, además de crear un gran ejército; impulsar la industria nacional; establecer la participación de las minorías en el campo político; el fomento de la prensa libre pero responsable; la pena de muerte; el manejo adecuado de la deuda externa y la emisión de papel moneda (Deas, 1983). Esto en lo nacional.
En lo que se refiere a lo internacional, los países que tenían colonias en diferentes partes del mundo, buscaban la manera más eficiente de generar riqueza sin afectar sus territorios. Poco más de cien años antes del nacimiento de Rivera, entre los años 1780 y 1790 -particularmente en Europa- inicia lo que se conoce como “La Revolución Industrial” (Hobsbawm, 2001). Este fenómeno económico -que terminará impactando de manera directa lo social, cultural y humano, hasta el día de hoy- inicia en Inglaterra debido a que este país tenía “una economía lo bastante fuerte y un Estado lo bastante agresivo para apoderarse del mercado de sus competidores” (Hobsbawm, 2011, p.40).
Debido a esto y consecuentemente, “la industria británica había establecido un monopolio a causa de la guerra, las revoluciones de otros países y su propio gobierno industrial” (Hobsbawm, 2011, p.42) que hacía notoria su superioridad frente a otros países con colonias en diferentes lugares, como España, Francia y Portugal. En ese momento fue el algodón la base de la economía inglesa, combinado con los elementos antes mencionados lo que hizo que fuera próspera su empresa. Sin embargo, esta dependencia fue peligrosa pues si caía el precio del algodón, lo hacía la economía en general. De tales dimensiones era su importancia. Así, se configura una nueva visión de la naturaleza: se veía en ella un recurso a explotar, fuente de una fortuna que esperaba por quién la hiciera suya de la “mejor manera”, expandiendo a la vez sus propios intereses, legitimando a su vez el poder del hombre sobre esta, como ya lo insinuara Francis Bacon.
Los imperios se interesan cada vez más por las tierras fértiles que componen el nuevo mundo y siguiendo el modelo inglés, que promete riqueza y bienestar -en aquella época- al “comprar en el mercado más barato para vender en el más caro” (Hobsbawm, 2001, p. 39), envían exploradores por todo el mundo, queriendo conocer lo que puede ofrecer y ser provechoso para cada uno de ellos. Desde el siglo XVIII se han visto desfilar en esta parte del mundo -concretamente en el Amazonas- “exploradores imperiales”, siendo los más relevantes los franceses -La Condamine, Bonpland-, alemanes -Humboldt, von Martius- e ingleses como Darwin, Bates, Wallace y Richard Spruce, quien se dolía amargamente: “¡Cuántas veces me he lamentado de que Inglaterra no poseyera el valle del Amazonas en lugar de la India!” (Hecht, Cockburn, 1993, p. 24), renegando de las malas decisiones de sus gobernantes, pues de lo contrario “¡…todo el continente americano estaría en este momento bajo el dominio de la raza inglesa!” (p.24). Esto en lo internacional.
Al momento de nacer Rivera -a finales del siglo XIX- ambos momentos de la historia nacional e internacional concurren de forma directa: la “Regeneración” de Núñez es posible sólo en parte, pues el proyecto de país aún se encuentra en construcción, lo que deja ver sus falencias: abandono por parte del Estado en las periferias, luchas intestinas y fratricidas que acrecientan el desorden en todo el territorio nacional, guerras políticas que trastocan a su vez el escenario social y cultural, que tienen su punto más álgido con la infame “Guerra de los mil días”. De igual manera, las nacientes empresas transnacionales necesitan cada vez más recursos naturales que les permitan suplir las demandas siempre más crecientes, gracias a la Revolución Industrial y al auge de lo que se conoce hoy como “capitalismo”, haciendo posible “una constante, rápida y hasta el presente ilimitada multiplicación de hombres, bienes y servicios” (Hobsbawm, 2001, p. 35). Y pese a que se tiene noticia de los intereses presentados por la Colonia sobre los caminos que habían para transitar desde Pasto hasta el Putumayo a finales del siglo XVIII (Aragón, en Gómez, 1933), de las gestiones hechas por el gobierno del Perú para construir nuevas rutas de acceso a la zona de la Amazonía (Chirif en Valcárcel, 2004) y de la recuperación de esta zona, devuelta por el Reino de Portugal al recién independizado Estado del Brasil, es evidente la desatención y el desamparo por parte de los nacientes Estados, a los colonos que establecidos en las tierras amazónicas y limítrofes del territorio nacional, buscan hacer su vida.
Es en este amplio contexto donde se empieza a gestar, y es escrita la obra más importante y reconocida de José Eustasio Rivera: “La Vorágine”.
Parte de la vida, parte de la obra
José Eustasio nace -según la mayoría de sus estudiosos- el 19 de febrero de 1888, en una pequeña población del departamento del Huila, llamada en un principio San Mateo, renombrada luego, en 1943 como Rivera, en honor al escritor. Fue uno de los once hijos de Eustacio Rivera -perteneciente a una renombrada familia de políticos y militares- y de Catalina Salas. Poeta precoz, empieza a escribir sus primeros versos en 1898. En 1904, trabaja en la Gobernación de Neiva, como portero y escribiente, después de haber sido expulsado de varios colegios e internados (Peña, 1989). En 1906, logra una beca para estudiar en la Escuela Normal, de Bogotá. Entre los años 1907 y 1909 se publican poemas suyos en periódicos, y gana un concurso literario convocado en la ciudad de Tunja. Este último año debe aplazar el quinto año de la Normal por motivos de salud. En 1910, publica su “Oda a España”, extenso poema que será celebrado por Unamuno y que le hará conocido en varios círculos literarios del país. Sigue publicando cuentos y artículos como “La mendiga de amor” y “La emoción trágica del teatro”.
Después de culminar sus estudios básicos y secundarios, y tras ser fugazmente inspector escolar -el Ministro de Educación de aquel entonces, Marco Fidel Suárez, había censurado una conferencia dada por Rivera en un colegio de Neiva (Peña, 1989, p.4)- se gradúa como abogado de la Universidad Nacional en 1917 e ingresa como funcionario del Ministerio de Gobierno. Sin saber, ambas cosas determinarían la vida y obra del hombre y del escritor, respectivamente. El año 1918 es decisivo para la vida y obra de Rivera: viaja al Casanare y conoce al manizaleño Luis Franco Zapata y a Alicia Hernández, acompañando a José Nieto en un pleito legal (Peña, 1989). Mucho de lo que se cuenta en “La Vorágine” hace parte de las historias referidas por ambos y de largas lecturas hechas en sus viajes.
En 1918 inicia su primera estancia en Sogamoso, donde, cuatro años después -1922- empieza a escribir “La Vorágine”. Entre 1920 y 1921 asiste a la tertulia del “Olimpito”, en el café Windsor, se publica su libro de poemas “Tierra de Promisión” y viaja en misiones diplomáticas a Perú, México, Cuba y Estados Unidos, mientras cae enfermo en varias ocasiones por su “afección cerebral” (Peña, 1989). En abril de 1924 termina de escribir “La Vorágine”, y es publicada en noviembre del mismo año por la editorial “Cromos”, de Bogotá. Sigue su ascendente carrera política.
A inicios del año 1928, Rivera es citado por el Ministro de Relaciones Exteriores de Colombia, Carlos Uribe Cordovez, para saber si este -ya conocido poeta y diplomático- estaría dispuesto a representar a Colombia en Cuba, en el Congreso de Inmigración y Emigración. En aquel entonces, el tema de los inmigrantes se manejaba más que todo en lo que se refería a extranjeros que llegaban al continente americano, y Cuba era visto como una especie de paraíso exótico. Rivera acepta el encargo, “…Por la seguridad de que puedo prestarle un servicio a mi patria, ya que conozco a fondo sus territorios, sus ríos y regiones desiertas en donde la inmigración sana puede tener cabida…” (Neale-Silva, 1960, p.410).
El Archivo
Rivera cumple a cabalidad su misión diplomática en Cuba, y parte de allí hacia un desconocido Estados Unidos, llegando a New York el 24 de abril de 1928 (Millán, 2024). El archivo que hoy custodia la Universidad de Caldas, da cuenta de parte de lo que el escritor quiso hacer en su último año de vida. En “La Vorágine” de Rivera, se puede ver la preocupación constante por los infortunios que pasaban los colonos colombianos en las periferias y sus selvas, por los indígenas que debían soportar abusos y los incumplimientos por parte de gobiernos que no se cuidaban de cumplir promesas y tratados. No valieron sus discursos e informes presentados al Congreso de la República, ni los artículos de prensa publicados o la novela (French, Martínez, 2024) que sintetiza y retrata de manera cruda estos hechos. Tal vez pensó Rivera que los medios de un país en expansión como Estados Unidos, podrían ayudar en la difusión de su obra y con esta de los dolores y trabajos que sus compatriotas pasaban en tierras desconocidas, visibilizando las injusticias que la ambición desmedida despertaba.
Cuando llega a New York se entrevista con varios amigos colombianos residentes en esta ciudad. Uno de ellos es Antonio Martínez Delgado, quien para fortuna de ambos -y nuestra también- le presenta al hombre que sería clave para Rivera en New York: José A. Velasco. Velasco sería su amigo personal, traductor, secretario y acompañante permanente en su último año de vida en la gran ciudad.
Gracias al celo y a la admiración de Velasco, además de la dimensión que otorgó a Rivera y a su amistad, es que existe el archivo que hoy custodia la Universidad de Caldas, y que da cuenta de los últimos meses de vida de Rivera y los acontecimientos posteriores a su muerte. Si bien los documentos tratan de asuntos legales concernientes al legado del escritor en Estados Unidos, es Velasco quien los reúne con meticuloso cuidado, evidenciando el cariño al amigo y la admiración al aventurero y hombre de letras.
Volviendo a las actividades de Rivera en New York, este crea la “Editorial Andes”, la cual buscaba distribuir a nivel mundial literatura de autores latinoamericanos y colombianos. Alquila un piso, que funciona a su vez como oficina comercial y habitación.
Se reúne a su vez con grandes personalidades en diferentes ámbitos, tanto culturales como intelectuales: es homenajeado en el Trinity College, junto a Federico de Onís y Bartolomé Soler, pronunciando un célebre discurso que enaltece sus figuras y de paso la suya.
Sigue pensando en cómo expandir su obra ayudado de personalidades latinoamericanas: se reúne con el artista, pintor, muralista y caricaturista mexicano Alfonso X. Peña -de estética amplia y exuberante- y con el periodista, poeta y escritor Luis Carlos Sepúlveda -quien entrevista a estrellas de cine y personalidades a nivel mundial-.
Estando en Estados Unidos, sigue enterado de las publicaciones y del movimiento literario Colombiano. Recibe libros sobre su libro, y noticias sobre importantes asuntos pendientes en Colombia.
Disfruta del clima y las atracciones de la ciudad cosmopolita
Y, gracias a su talento como escritor, dio discursos muy importantes. Como en esa ocasión en que despidió al piloto Benjamín Mendez Rey (1889-1988) -pionero de la aviación en nuestro país- cuando éste planeaba viajar desde New York hasta Bogotá, el 23 de noviembre de 1928.
Sin embargo, nadie podría imaginar que este sería el último discurso que escribiría y pronunciaría el escritor colombiano. Aquejado por un misterioso mal que le había disminuido en años anteriores (Peña, 1989), la misma noche que leyó el discurso al piloto Mendez Rey cae enfermo del mismo mal que años atrás lo venía aquejando y del cual nunca se recuperó: fuertes dolores de cabeza que lo postraban en cama, “accesos cerebrales” que lo disminuían y minaban su vitalidad. Pero este último, el que le dio una gélida noche neoyorquina fue el que determinó y selló su destino y su humanidad.
Su salud se complica cada vez más, y debe ser remitido de urgencia a una clínica neoyorquina, el 28 de noviembre del año 1928, donde pese a todos los esfuerzos médicos fallece el primero de diciembre del mismo año.
Rivera muere en New York. Su cadáver es velado durante tres días en una sala de velación de la ciudad que lo vió llegar a inicios de ese mismo año.
Aquel acontecimiento es triste, pero la vida debe seguir. Es lo que Rivera en su visión de hombre de acción hubiera querido. Velasco, al ser uno de sus amigos más cercanos en esa lejana ciudad, es quien se encarga de manera activa de los trámites legales que siguen después de la muerte de Rivera.
Los testimonios de condolencia y sorpresa se hacen llegar. Uno de los más relevantes es el de Earl K. James, quien meses antes había contribuido activamente a la visibilización del escritor colombiano en New York, gracias a una maravillosa reseña de “La Vorágine” en el “Times”, prestigioso medio impreso de aquella ciudad.